jueves, 15 de abril de 2010

La Rey León

“Lilita” es el diminutivo de su nombre que contrasta exageradamente con su todo su ser. Tiene el porte del rey de la selva, imponente, desafiante, inconfundible y de mirada un tanto arrogante con aires de superación. Igual que el rey suele cansarse antes de lo esperado y elige descansar mientras el resto de la manada sigue trabajando.
Dejó atrás el estilo austero que la identificaba hace unos años y con el que se identificaba gran parte del pueblo que confiaba en ella. Reemplazó su crucifijo, fiel signo de devoción al catolicismo, por collares y aros a la moda que combinan cuidadosamente con la ropa que elige para cada ocasión. Ahora dice que admira a los judíos. Por eso va a aprovechar el pésaj para reflexionar y vaciar su mente y su cuerpo de todo agotamiento. Porque si la gente común se cansa ella se cansa mucho mas.
De la noche a la mañana decidió mostrarse refinada. Cambió el rubio oscuro de su pelo casi sin peinar por un platinado digno de una vedette, abandonó los gruesos tejidos de lana por finas camisas y trajes acorde a cada situación. Su piel dejó de ser un pálido lienzo, en el ahora vive un tostado caribeño que en su rostro va acompañado de un maquillaje que es capaz de ocultar el paso del tiempo. Un naranja furioso resalta sus finos labios que, junto a su ceño fruncido, son el fiel reflejo de la rigidez y la tenacidad con que transmite sus ideas.
Una mujer dispuesta a abrir debate siempre. Creadora de alarmantes predicciones que aún no se han cumplido. Dice que ella nació para ser actriz, pero hoy el escenario donde se movió del centro a la izquierda y del centro a la derecha, es la política. Tal vez en esta obra Elisa Carrió se conforme con el rol de opositora eterna.